LUNES
Hoy me desperté con mal sabor de boca y un poema de Mercedes Roffé que enumera algunas pruebas de amor: “Esperar. Tomar prestada una palabra. Recobrar la memoria de un lugar donde nunca se estuvo. Demorarse en la contemplación, el retorno, de un pasado ajeno, recreado. Sentir el logro de lo que nunca hizo falta. Callar. Retirarse. Estar. Anhelar, prometer, aquello que brama por desvanecerse.”
Tomar prestada una palabra: lo subrayé con boli azul en mi propio recuerdo. Pensé en que me acompañara esa palabra suya a otra parte, como si fuera uno de esos pelos insolentes y larguísimos que me encuentro días después pegados en un azulejo del cuarto de baño. Una palabra prestada que se quedase marcada en mi piel como sus dientes en mi hombro.
La sensación más placentera del mundo, la que endulza el peor sabor de boca, la describió Gloria Fuertes con una precisión absoluta cuando dijo: “Voy por la calle tan contenta y no llevo encima nada más que tu nombre”. Ni documentación, ni llaves, ni cargador del móvil: una palabra suya o sencillamente su nombre.
MARTES
El apagón me pilló ayer en Madrid. Mi tren de vuelta a Galicia salía a las cinco de la tarde y no me molesté ni en acercarme a Chamartín (si hubiera un infierno y se pareciese a Chamartín empezaría a portarme bien cagando hostias). Cuando fui consciente de la dimensión de lo que estaba ocurriendo (“Se fue la luz en mi oficina”, “Creo que es en todo Coruña”, “Xaqui, ¿en Madrid?”, “¡Es un apagón mundial!”), salí a la calle para tomarle el pulso a la ciudad. Los semáforos estaban dormidos y la gente se agolpaba en las paradas de autobús. Los bares, abiertos y a oscuras, igualmente llenos, porque a la Españita feliz el fin del mundo siempre le pilla de cañas. Yo lo tenía claro desde el principio: iba a perder un tren y a ganar un glorioso día de escritura.